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¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido! Es una de las frases de Santa Catalina de Siena, que la Iglesia festeja este día.
Otra de sus frases fue: “El amor más fuerte y más puro no es el que sube desde la impresión, sino el que desciende desde la admiración”.
Catalina -DECLARADA DOCTORA De la Iglesia Católica- nació en Siena (Italia) el 25 de marzo del año 1347, en el día de la fiesta de la Anunciación de la Virgen, que ese año, coincidía con el Domingo de Ramos. Sus padres fueron Jacobo Benincasa, tintorero de pieles, y de Lapa Piacenti. Ellos tuvieron en total 25 hijos, siendo Catalina la penúltima. De su padre heredó la bondad de corazón, la caridad para con los pobres. De su madre heredó un gran amor por el trabajo y una admirable energía para emprender labores difíciles y vencer dificultades.
Catalina fue tan inmensamente devota a su Salvador que El fue el centro de todas sus muchas experiencias místicas. Pero veremos como la santa tenía una muy tierna, amorosa y confiada relación con la Virgen Santísima, y en un número significativo de eventos en su vida, fue en la Madre de Dios en quien ella buscó su refugio, o fue la Virgen la que vino en su ayuda.
Desde niña, empezó a orar a la Reina de Siena, y a menudo se le oía rezar el Ave María bajando las escaleras de su casa. Un día cuando tenía 6 años de edad y mientras caminaba por las calles de Siena con su hermano, elevó su mirada y de repente vio sobre el techo de la Iglesia de Santo Domingo al Rey de Reyes, sobre un espléndido trono, vestido como el Papa con su corona Papal; y con el estaban San Pedro, San Pablo y San Juan. Jesús, mirando con ternura a Catalina, despacio y solemnemente la bendijo, haciendo tres veces la señal de la Cruz sobre ella.
Desde ese momento, Catalina dejó de ser una niña y se enamoró profundamente de su amado Salvador. Esa visión y esa bendición fueron tan poderosas que después ella no pudo pensar en nada mas que en los ermitaños, y en como imitarlos.
Al año siguiente, ante un cuadro de Nuestra Señora, se ofreció al Señor que la había bendecido. En este momento tan crucial, oró a la Virgen: «¡Santísima Virgen, no mires mi debilidad, sino dame la gracia de tener como esposo a aquel a quién yo amo con toda mi alma, tu Santísimo Hijo, Nuestro Único Señor, Jesucristo! Le prometo a Él y a ti, que nunca tendré otro esposo».
Cuando Catalina tenía doce años, su familia quería obligarla a contraer matrimonio. Ella, después de consultar con un sacerdote dominico acerca de su voto de castidad y cómo defenderlo ante esta amenaza, se cortó el pelo, como señal de haber ¨cortado¨ con el mundo. Sus padres hacían todo lo posible por impedir que ella tuviera tiempo de oración y soledad. La pusieron a trabajar a toda hora, tratándola muy mal, como sirviente de la familia. Catalina humildemente aceptó este rechazo de su familia, y actuaba como si estuviese en la casa de Nazaret, tomando como a su única madre a la Virgen Santísima.
Sus hermanas y amistades la persuadieron a que participara en sus diversiones y vanidades. Pero pronto se arrepintió y le dolió aquello por el resto de su vida. Lo consideró como la mayor infidelidad a su esposo del cielo de la cual ella fue culpable.
Con su ejemplo de humildad, obediencia y caridad ante su familia, los conquistó y entonces le permitieron ser miembro de la Tercera Orden de Santo Domingo y tener un cuarto privado. Allí comenzó a hacer actos de mortificación heroicos. Se alimentaba principalmente de hierbas y vestía con telas muy ásperas. Asistía con gran generosidad a los pobres, a los enfermos, consolaba a los presos. Su sometimiento de la propia voluntad al Señor, aun en sus penitencias, daba verdadero valor a lo que hacía.
Pero sus experiencias místicas no le quitaban las pruebas. Sufría por su temperamento al que dominaba con gran paciencia. En medio de sus dolencias oraba sin cesar para expiar sus ofensas y purificar su corazón.
En su hacer diario, ponía en practica otra de sus frases: “En las amarguras desearéis la dulzura, y en la guerra, la paz”
DIDELIDAD A DIOS EN LOS MOMENTOS DE PRUEBA:
En la noche anterior a su profesión en la orden, después de pasar por una severa prueba en la cual el demonio se le apareció como un caballero muy guapo y elegante y le ofreció un traje de seda con joyas brillantes, Catalina se tiró sobre el crucifijo y gritó: «¡Mi único, mi amado esposo, Tu sabes que jamás he deseado a nadie mas que a ti. Ven en mi ayuda, mi amado Salvador!».
De pronto, frente a Catalina estaba la Madre de Dios, teniendo en sus manos un traje de oro , y con su voz suave y tierna, la Virgen le dijo: «Este vestido, hija mía, lo he traído del corazón de mi Hijo. Estaba escondido en la herida de su costado como en una canasta de oro, y te lo hice con mis propias manos.» Entonces con ferviente amor y humildad, Catalina inclinó su cabeza, mientras la Virgen le imponía este vestido celestial».
Por fin, en 1365, a los 18 años, recibió el hábito de la tercera orden dominica.
Durante tres años después de recibir el hábito, Catalina vivió en la santa soledad de su pequeño cuarto y en su capilla favorita. Allí pasó un entrenamiento estricto basado en la auto-negación y desarrollo espiritual bajo la dirección personal de Cristo y de su Madre. No hablaba sino con Dios, la Virgen y su confesor.
La serpiente, viendo su vida angelical, la asaltaba buscando destruir su virtud. Llenaba su imaginación con las mas sucias representaciones y asaltaba su corazón con las mas bajas y humillantes tentaciones. Después su alma quedaba en una nube de oscuridad, las mas severa prueba imaginable. Se veía a si misma cientos de veces al borde del precipicio, pero siempre sostenida por una mano invisible. Sus armas eran la oración ferviente, la humildad, resignación y confianza en Dios. Así venció las pruebas que sirvieron mucho para purificar su corazón. Nuestro Señor la visitó después y ella le dijo: «¿Dónde estabas, mi divino Esposo, mientras yo yacía en tan temible condición de abandono?». Jesús le contestó: «Estaba contigo». «¡¿Cómo?! -replicó ella- ¡¿entre las sucias abominaciones en que infectaban mi alma?!. El le dice «Eran desagradables y sumamente dolorosas para ti. Este conflicto, por lo tanto, fue tu mérito, y la victoria sobre ellas, fue debido a mi presencia.»
El enemigo también la invitaba al orgullo, sin escatimar ni violencia ni estrategia alguna para seducirla a sus vicios. Pero la humildad era su defensa. Dios la recompensó con su caridad para los pobres y muchos milagros.
Un día jueves después de que Catalina había orado todo el día con extraordinaria fe, Nuestro Señor se le apareció y le dijo: «Ya que por amor a Mi has renunciado a todos los gozos terrenales y deseas gozarte solo en Mi, he resuelto solemnemente celebrar Mi esposorio contigo y tomarte como mi esposa en la fe».
Mientras el Señor hablaba, aparecieron muchos ángeles, su Santísima Madre, San Juan, San Pablo y Santo Domingo (fundador de la orden a la que ella pertenecía). Y mientras el Rey David tocaba una dulce música en su arpa, nuestra amorosa Madre tomó la mano de Catalina y la puso en la mano de su Hijo. Entonces Jesús, puso un anillo de oro en el dedo de Catalina, y dijo: «Yo, tu creador y Salvador, te acepto como esposa y te concedo una fe firme que nunca fallará. Nada temas. Te he puesto el escudo de la fe y prevalecerás sobre todos tus enemigos».
Con la fortaleza recibida del Señor, Catalina continuó creciendo en su fervor y efectividad en el apostolado, primero entre la gente de Siena, luego en Pisa, en Florencia, y eventualmente en las ciudades Papales de Avignón y Roma. Catalina fue atrayendo a un grupo de devotos amigos. Todos sus discursos, acciones y hasta su silencio inducía al amor a la virtud. Según el papa Pío II, nadie se acercó a ella que no se fuera mejor.
Estableció una inspiradora correspondencia que alcanzó seis volúmenes. Comenzaba todas sus cartas con estas palabras: «En el nombre de Jesucristo Crucificado y de la dulce María».
Santa Catalina llegó a influenciar a dos papas, numerosos prelados y religiosos. Mas que ningún otro factor, fueron las oraciones y sacrificios de esta joven esposa de Cristo, las que le permitieron ser instrumento de mensajes divinos que llegaron a ser escuchados por el papa.
Nannes, un poderoso personaje, fue llevado ante la santa. Nada de lo que ella le decía parecía tener efecto. Entonces Catalina hizo una pausa repentina para ofrecer oraciones por el. En ese mismo instante el joven comenzó a llorar, profundamente convertido. Se reconcilió con sus enemigos y se dedicó a la penitencia. Cuando más tarde Nannes tuvo muchas calamidades temporales, la santa se alegraba entendiéndolo que era para su bien espiritual. «Dios purgó su corazón», dijo Catalina, «del veneno con que estaba infectado por su gran apego a las criaturas». Nannes dio a Catalina una mansión la cual ella, con la aprobación del papa, convirtió en un convento.
Fueron muchas las conversiones impresionantes que se lograron por su mediación. Entre ellas, durante la peste de 1374, en la que sirvió a los enfermos, las de dos santos dominicos, Raimundo de Capua y Bartolomé de Siena. Los pecadores mas empecinados se ablandaban ante el poder de sus exhortaciones.
Catalina tenía gran compasión por los enfermos y los atendía con esmero. En una visita a Pisa, enviada por sus superiores, sanó a muchos enfermos y aún a más almas.
Como Catalina dedicaba toda su vida enteramente al servicio del Crucificado y de su dulce Madre, ésta a menudo venía en su auxilio. En ocasiones en que Catalina tenía entre manos la conversión de un endurecido pecador, se dirigía con confianza a la Madre de Misericordia. A través de la Virgen Santísima logró la gracia de la resignación y de la paz para un joven condenado a la decapitación y pudo estar con el hasta el final.
«Le esperé en el lugar de la ejecución, esperé en oración continua y en la presencia de María y antes que el condenado llegase, puse mi cabeza sobre el ladrillo y oré suplicándole al cielo, repitiendo: «¡María!». Quería obtener la gracia de que ella, en el último momento, le diera luz y paz. Y María no me defraudó».
En al menos dos ocasiones, Catalina recibió ayuda sobrenatural de parte de la Virgen cuando preparaba comida para los demás. Una vez, cuando estaba horneando pan para su familia; la siguiente vez fue durante una epidemia, donde con la misma cantidad de harina que tenían todos los demás, logró sacar cinco veces más de pan.
No debemos olvidar que Jesús le concedía tanto porque ella, por su parte, era siempre fiel, presta para sufrirlo todo y pasar las mayores pruebas por Su amor.
El mayor de los milagros posiblemente fue su paciencia ante los severos ataques y reproches aun de personas desagradecidas que ella había beneficiado con sus servicios. Así fue el caso de una mujer leprosa a quién todos habían abandonado y que Catalina cuidó con esmero. Su cuidado continuó igual a pesar de los insultos de la mujer. Atendió a otra mujer llagada y cancerosa. Durante mucho tiempo, Catalina vencía su natural desagrado y chupaba, lavaba y vendaba sus llagas. Esta mujer, sin embargo, publicó contra Catalina las calumnias mas infames, que fueron secundadas por una hermana del convento. Catalina sufrió en silencio la persecución violenta. y continuó con afecto sus servicios hasta que con su paciencia y oración obtuvo de Dios la conversión de ambas.
Esteban fue uno de los discípulos más cercanos a Catalina. Hijo de un senador de Siena, este noble había sido reducido a ruina por sus enemigos. La santa le enseño el camino del Evangelio y la renuncia a las cosas del mundo. Fue secretario de la santa y compiló sus palabras y cartas. Fue su compañero en los viajes a Avignón, Florencia y Roma. Mas tarde, por consejo de la santa, Esteban se hizo monje Cartujo. Asistió a la santa en su muerte y escribió su biografía.
Fue en el «día de María», como Catalina llamaba al sábado, que empezó a escribir su famoso «Diálogo», un tratado inspirado sobre las virtudes cristianas.
Catalina había orado durante muchísimo tiempo para conseguir un buen confesor y director espiritual. Ella, como todos los santos, comprendía la importancia de ser guiada por un santo pastor de almas. Un día, durante la misa en la iglesia dominica de Santa María Novella, en Florencia, vio Catalina que la Virgen estaba de pie a su lado y le indicaba un sacerdote para que fuera su guía: el Padre Raimundo de Capua. Este se convirtió en el director espiritual de Catalina. Después de muchos años de una relación muy fructífera, le llamó: «mi Padre y mi hijo, quién mi dulce Madre María me regaló». Él, por su parte, creció mucho espiritualmente gracias a la inspiración de la santa y llegó a ser beatificado.
En 1375 Florencia, Perugia, una gran parte de la región Toscana de Italia y hasta de los Estados Pontificios, entraron en conflicto contra la Santa Sede. El corazón de Catalina, que tres años antes había profetizado estos eventos, se traspasó de dolor. Por sus oraciones y esfuerzos, muchas ciudades, entre ellas Arezzo, Lucca y Siena se mantuvieron fieles al Papa.
El papa Gregorio XI que residía en Avignón, al no conseguir nada con sus cartas a Florencia, envió un ejército a esta ciudad. Las divisiones internas causaron que los florentinos buscaran reconciliación. Le pidieron a Santa Catalina que fuera mediadora. La santa llegó a Avignón el 18 de junio de 1376. El Papa se reunió con ella y con gran admiración por su prudencia y santidad, le dijo: «No quiero otra cosa sino paz. Pongo este asunto enteramente en tus manos».
El papado se encontraba en Avignón, (hoy parte de Francia), desde el 1314, cuando fue electo Papa el francés que tomó el nombre Juan XXII. Sus sucesores también vivieron en Avignón. El Papa es el obispo de Roma, por lo que los romanos protestaban que su obispo los había abandonado durante setenta y cuatro años y amenazaban con un cisma. Gregorio XI había hecho un voto secreto para regresar a Roma, pero no se decidía al notar la resistencia de su corte. Aprovechando la presencia de Catalina en Avignón, le consultó el caso. «Cumpla lo que le ha prometido a Dios», fue la respuesta de Catalina. La santa recibió del Señor la certeza de que el Papa debía regresar a Roma y aquél fue el momento en que se lo pudo comunicar. El Papa, sorprendido de que supiese por revelación lo que el no había confiado a nadie, decidió cumplir con su traslado a Roma. Catalina le escribió en varias ocasiones animándole a apresurar su retorno a Roma. El Papa salió de Avignón el 14 de septiembre de 1376.
No tardaron en aparecer las envidias y las preguntas farisaicas de los que deseaban atrapar a la santa. Pero se quedaban asombrados ante sus respuestas a las preguntas mas difíciles sobre la vida interior y otros temas. Por otro lado, los florentinos continuaban en sus intrigas contra el Papa, por lo que este envió a Catalina a vivir en esa ciudad. Allí sufrió muchísimo y en varias ocasiones peligró su vida. Pero al final, en 1378, logró la reconciliación de esta ciudad con el sucesor de Gregorio, el Papa Urbano VI.
Catalina volvió a Siena para continuar su vida solitaria de oración intensa. Algunas de sus meditaciones fueron recogidas en el tratado sobre la Providencia.
Durante años, vivió en abstinencia rigurosa, de tal manera que prácticamente se alimentaba sólo de la Eucaristía. En una ocasión, ayunó desde el miércoles de ceniza hasta el día de la Ascensión, recibiendo solamente la Sagrada Hostia.
En una visión, El Señor le presentó dos coronas, una de oro y la otra de espinas, invitándola a escoger la que más le gustara. Ella respondió: «Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conformada a tu pasión y a tu dolor, encontrando en el dolor y el sufrimiento mi respuesta y deleite.» Entonces, con decisión tomó la corona de espinas y la presionó con fuerza sobre su cabeza.
Dos veces, en fiestas litúrgicas especiales, la Virgen le ayudó milagrosamente. Durante una Misa de año nuevo, Catalina estaba tan sobrecogida por la emoción, que cuando se puso de pie para ir a recibir la comunión estuvo a punto de caer. La Virgen, con sus manos tiernas y al mismo tiempo fuertes, la sostuvo hasta que se recuperó.
Un día de la Asunción, que tradicionalmente era la fiesta más grande del año en Siena, Catalina estaba muy enferma en cama, y deseaba intensamente participar en la misa de la catedral. De pronto, se encontró en el atrio de la catedral de la Asunción de Nuestra Señora, y pudo caminar perfectamente y participar en la Misa solemne dedicada a la Virgen.
Catalina tenía una gran devoción al Niño Jesús. Una noche de Navidad, mientras oraba con sus hermanas de la tercera orden en la Iglesia de Santo Domingo, se le concedió una visión muy impresionante: La Virgen María de rodillas, adorando en oración ferviente al recién nacido, el Divino Niño. Catalina estaba tan sobrecogida que suplicó humildemente a la Virgen que le permitiera sostener al Niño en sus brazos por un momento. Con una sonrisa afectuosa, la Virgen tomó el Niño y se lo entregó a Catalina, quien teniéndolo en sus brazos, lo besó y le susurró en el oído los nombres de todos sus seres queridos.
En 1378 ocurre el gran cisma de la Iglesia. Al morir Gregorio XI, el papa Urbano VI fue electo. Más tarde, muchos cardenales declararon la elección nula y eligieron un nuevo papa, Clemente VII. Con él, se fueron a Avignón.
Santa Catalina sufrió muchísimo por Jesús y su Iglesia. Escribió a los cardenales y príncipes de varios países implorándoles que reconociesen al papa Urbano y así acabar con el cisma. También escribió al mismo papa Urbano exhortándole a dominar su difícil temperamento que había sido, en parte, causa de la división. El papa la escuchó y le pidió ir a Roma para ayudarle a persuadir a los cismáticos. Trabajando en esa misión en Roma, la santa enfermó y murió el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años.
Fue enterrada en Roma, en la iglesia de Minerva, donde hoy día puede visitarse su cuerpo que yace bajo el altar tras un panel de cristal. Su cabeza está en la iglesia de Santo Domingo en Siena, en cuya ciudad también se puede visitar su casa, ver sus instrumentos de penitencia y otras reliquias.
Para apreciar la vida de la santa, tan engalanada con dones extraordinarios, no podemos olvidar su incondicional amor a la cruz. Tuvo grandes y prolongados sufrimientos, tanto los físicos como los del corazón. Cuando se ama mucho, se sufre por el amado. Ella sufría las ofensas contra Jesús, contra Su Madre, contra la Iglesia, contra los pobres. Sufría por los pecadores. Aunque muchos la admiraban, muchos también la tildaban de farsante y la hacían sufrir. Sus virtudes heroicas la hicieron victoriosa sobre sus pasiones en las pruebas mas difíciles. Es por todo esto que la debemos admirar y nos sirve de inspiración para nosotros buscar la santidad. En Santa Catalina vemos lo que Dios puede hacer con un corazón que se deja traspasar de amor por El y por la Virgen.
Santa Catalina fue una joven de un atractivo extraordinario y de una gran fuerza de voluntad. En solo 33 años de santidad heroica vivió, sufrió y murió por el Cuerpo Místico de su Amado Señor. Esta alma extraordinaria es conocida en la historia como Santa Catalina de Siena, una de las más grandes de la Iglesia, y una de las mas fascinantes.
Durante su corta vida convirtió a muchos, de diferentes edades y clases, a una auténtica vida cristiana. Los que la conocían sabían que solo tenían que presentarle a Catalina un pecador, y por su sencilla pero profunda caridad, y por su corazón y personalidad, el pecador era movido a ser otro «catelinato», como le decían a sus seguidores en Siena.
Fue canonizada por el Papa Pío II en 1461.
Urbano VIII transfirió su festividad al 29 de abril
Fue proclamada doctora de la Iglesia en 1970 por el Papa Pablo VI.
El 1 de octubre de 1999, Juan Pablo II la declaró Copatrona de Europa.
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