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Pienso, luego existo / Adela Ramírez
En la mayoría de los casos una mujer se siente madre desde el momento en que se entera que está embarazada, es entonces cuando asume el compromiso y comienza a surgir una especie de pertenencia, protección y amor por ese pequeño ser, cuyo desarrollo depende por completo de ella. En contraste, si una mujer sufre la muerte de un hijo, deja de ser mamá, puesto que esa persona a su cuidado ya no existe.
Pero ¿qué sucede si una mujer desconoce el paradero de su hija o hijo? ¿Sigue siendo mamá o ya no? Esta misma pregunta se la hacen miles de madres en todo el mundo. Día y noche piensan cómo estará su hijo perdido, si comerá, si vivirá o si simplemente se ha ido. Aunque el dolor sería terrible, es mil veces preferible conocer la verdad que seguir en una tormentosa incertidumbre.
En México, debido al gran número de desaparecidos, las autoridades se ven sobrepasadas y miles de madres se han organizado para buscar en ciudades, terrenos baldíos, desiertos y basureros los restos de sus hijos, cansadas de llorar a la duda y a la ausencia durante años.
Con lágrimas en los ojos, la piel curtida por el sol, rostros tristes, pies destrozados y miradas perdidas, estas mujeres recorren cerros, rancherías y campos de cultivo para encontrar algún indicio que las lleve hasta la última morada de los suyos.
Es impensable calcular cómo a pesar del cansancio y la tristeza, así como de la falta de recursos para continuar la búsqueda, mantienen la esperanza y el coraje las levanta. Durante días se reúnen para imprimir volantes, playeras, hacer mantas o pancartas. Asisten a grupos de apoyo, donde aprenden a “bordan” sus heridas y elaboran comida. Sin darse cuenta conformaron una nueva familia.
A ellas se han sumado periodistas y activistas que saben que, en el país de las dudas, solo queda unirse a luchas con causa. A estas mujeres las dignifica su búsqueda, escudriñan hasta debajo de las piedras, solamente guiadas por el amor de madre, ese que desconoce límites, pretextos y burocracia. Todas ellas, “Las Rastreadoras”, “Las buscadoras”, han aprendido a distinguir el olor de la muerte. Sin equipo especial y bajo condiciones climáticas extremas, caminan kilómetros para adentrarse en la ruta del infierno.
Apoyadas de varillas, machetes, picos y palas, acuden a diversos predios en busca de fosas clandestinas. Si hay algún indicio, por pequeño que sea, denominan a la jornada como “positiva”. Todas ellas saben que cualquier montículo de tierra, ropa o huesos de animales puede contribuir para dar con “sus tesoros”, como ellas los llaman.
Sin estudios de criminalística, medicina forense o ciencias policiales, han aprendido a dar con restos humanos, han aprendido a realizar el trabajo de las autoridades. Y aunque, su labor es fundamental para localizar fosas clandestinas, el gobierno no registra la totalidad de sus hallazgos. Invisibilizan la labor de las familias. Es otra forma de “desaparecer” a los desaparecidos en México.
Rastreadoras de Baja California Sur, Sonora, Sinaloa, Zacatecas, Veracruz, Guerrero y Michoacán han mantenido su presencia de forma permanente durante años, tal como se ha podido confirmar en sus redes sociales y en notas periodísticas. Todas ellas resisten en su búsqueda sin importar las condiciones climáticas, económicas, emocionales o de salud, sin descanso continúan buscando a sus desaparecidos.
Las Rastreadoras son madres, hijas y hermanas ejemplares que intentan encontrar paz y tranquilidad a través de la búsqueda de sus seres amados. Resignifican su presencia, cuidan con amor la memoria de sus vidas y su cuerpo.
La búsqueda de estos grupos de mujeres continúa a la par de las desapariciones que no cesan. Desde el inicio de la llamada guerra contra el narcotráfico en nuestro país, las cifras oficiales contabilizan más de 90 mil desaparecidos; actualmente la Comisión de Búsqueda de Personas del Estado de Puebla reporta a 871 personas como desaparecidas y no localizadas.
Es importante reconocer como sociedad el papel de estas “madres buscadoras” como protagonistas de uno de los movimientos que, junto con el feminismo, ha logrado visibilizar el grado de las distintas violencias que enfrenta nuestro país.
La esperanza que las mueve inspira porque, como ellas lo han reconocido, les quitaron tanto que acabaron quitándoles hasta el miedo.
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