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Ciudad de México.- La Iglesia Católica, lanzó una carta de exhortación a todos los empresarios, mujeres y hombres de negocios, así como a todas las personas de buena voluntad
«¡La paz esté con ustedes!»
El mensaje de consuelo y de esperanza que el Santo Padre, el Papa Francisco, ha dirigido a todo el mundo, ha llegado al fondo de muchos corazones, tanto de creyentes como de no creyentes, y ha despertado el sentimiento de fe, de fragilidad y de necesidad de un don divino para la humanidad: es necesario confiar en el Dios de la misericordia que sabe actuar en el momento oportuno. Estamos en la misma barca, nadie se salva solo, en esta barca está también Cristo, quien no se desentiende de la situación de peligro, sino que espera de nosotros, como discípulos llenos de humildad, una respuesta de fe adecuada al momento que estamos viviendo. Por ello, el mensaje del Papa Francisco es de esperanza, pero también de compromiso de todos y para con todos. El momento que estamos viviendo requiere de todos nosotros lo mejor de cada uno y una profunda fe en el Dios de la misericordia y el amor.
La tempestad ha dejado al descubierto nuestra vulnerabilidad, nuestros descuidos, nuestros pecados y disfraces. Necesitamos los dones que Dios ha puesto y cultivado en cada uno de los seres humanos que formamos esta sociedad para poder superar, con la ayuda de la gracia divina, tanto los embates de la epidemia del COVID-19 como el gran desafío de la economía y el desaliento de muchas personas y familias que ya están sufriendo por el miedo a la enfermedad y a la muerte.
Muchos entre nosotros viven con angustia por escuchar en los medios de comunicación y redes sociales que hay quienes prefieren ver sufrir a muchos mexicanos que buscar mejores estrategias económicas y otros que pretenden dejar que se enfermen todos de una vez y se salven los más fuertes. Muchos experimentan ya las consecuencias del desempleo, de la dificultad para acceder a servicios médicos, de la interrupción de las redes de solidaridad que la cuarentena ha vulnerado y que no se sabe si después podrán continuar. Algunas empresas empiezan a decir a sus obreros y empleados que tal vez no puedan continuar, otras están esperando una estrategia del Gobierno para actuar y, en la espera, ninguno da signos de luz. Bendito sea Dios, también hay signos positivos: es alentador ver en las redes sociales algunos mensajes de personas que expresan que ellos seguirán apoyando hasta donde las fuerzas y los recursos se los permitan, otros invitando a comer a su casa o establecimiento a quien no tenga dinero… En medio de la oscuridad, el Papa nos ha pedido abrazar a Cristo Crucificado para abrazar en Él nuestra esperanza (Cfr. PGP 168).
Hermanas y hermanos, nos necesitamos. Es tiempo de unir nuestras fuerzas con mucha fraternidad y solidaridad, con la firme voluntad de ver por el bien de todos. Uno de los aprendizajes en estas calamidades es tomar conciencia de lo interconectados que estamos y que podemos ser factor de esperanza para todos o factor de destrucción de la solidaridad. Todos necesitamos hacernos cargo de la situación, conscientes de que, para sacar nuestro pueblo adelante, todos tendremos que desprendernos de algo.
Donde más hay que ser desprendidos es en nuestra mentalidad para no despreciar la dignidad y grandeza de ninguna persona, por más indefensa o necesitada que pueda estar. Necesitamos que todos los sectores de la sociedad nos sumemos, desde los más necesitados hasta los empresarios más exitosos y las autoridades civiles, incluyendo a los ámbitos intermedios de la sociedad civil: asociaciones civiles, universidades, iglesias… Unirnos para pensar juntos y tomar las mejores decisiones. Que las autoridades tomen las decisiones más prudentes a favor no de los propios intereses, sino del bien de todos y para ese bien común; que las instituciones educativas, que innegablemente necesitan de recursos económicos, en estos momentos busquen difundir la verdad para todos; que las Iglesias hagamos todo el bien que podamos, no por proselitismo sino por verdadero compromiso con nuestra fe.
Nadie tenga miedo al desprendimiento por amor a los demás, que para nosotros los hombres de fe es sinónimo de amor a Dios: el agradecimiento de las personas y de Dios llegará y por cada gota de agua que dones en bien de un hermano tuyo, el Señor te llenará el corazón de paz y de alegría. Quienes estamos al frente, como responsables de comunidades, recordemos que no somos reyes absolutos que tienen un pueblo, sino servidores de un pueblo, a quien debemos rendir cuentas. Todo lo material que alguno pudiera tener acumulado en su granero debe estar al servicio de los demás. Es necesario entender que ni millones de granos ni uno solo de ellos acumulado inútilmente en el granero llenará tu corazón de felicidad verdadera, al contrario: los granos que darán alegría y llenarán tu vida de sentido son los trabajados honestamente con el sudor de tu frente y compartidos con los demás, especialmente con los más necesitados. Los granos guardados honestamente en el propio granero están llamados a pasar de mano en mano para ser fecundos.
Trabajar por los más necesitados, por los más vulnerables es uno de los signos de la presencia del Reino Dios en la tierra. Exhorto a todos los creyentes en Cristo que trabajan en cualquier ámbito de la sociedad, pero especialmente a los empresarios, mujeres y hombres de negocios católicos, a tomar conciencia de que, como miembros de la familia divina y manifestación actual de nuestro Dios, somos responsables de nuestros hermanos y que Dios espera de nosotros que tomemos el camino de la verdad, la justicia, el servicio, la entrega, la solidaridad, la subsidiaridad, la creatividad fraternal, la sinodalidad. Esto mostrará que hemos entendido el llamado de Cristo en la Cruz a favor de los necesitados y vulnerables. Especialmente exhorto a todos los empresarios, mujeres y hombres católicos de negocios, así como a todas las personas de buena voluntad, a que hagan todo lo posible por mantener el empleo de sus trabajadores, porque en los momentos de crisis es donde brilla la verdadera fe, la verdadera humanidad, la responsabilidad y compromiso social.
Es el momento en que la autoridad civil tome las decisiones solidarias y valientes para que las familias conserven sus empleos y cuenten con lo necesario para trabajar y puedan superar, por su propio esfuerzo y con la ayuda de todos, las crisis familiares que estas circunstancias causan. Comprendan que el pueblo espera mucho de ustedes a favor de todos, no espera que cada uno defienda sólo el interés propio.
Por otro lado, todos nosotros, por más necesitados que estemos, recordemos que estamos llamados a vivir honestamente. Todo robo, acto de rapiña, desprecio, abuso, discriminación hiere al pueblo entero e impide que superemos las crisis, haciendo más profundo el abismo y volviéndolo más difícil de superar. Es mejor aprender a pedir ayuda y tocar puertas, que añadir otro mal al mundo: si alguien tiene necesidad pida ayuda a su comunidad, nadie organice ni participe de la maldad.
Que, en este momento histórico, ninguna mente se nuble, ningún corazón se endurezca, ningún espíritu se apoque. Tenemos que aceptar el desafío del tiempo presente y tomarlo como reto bien estudiado para luego transformarlo en una meta de esperanza y alegría, iluminados por el Espíritu Santo. La Iglesia Católica no tiene ni dicta recetas técnicas para la sociedad, solo pone al servicio de todos lo aprendido en Cristo, Camino, Verdad y Vida. De Él hemos aprendido que “con Dios, la vida nunca muere”. Demos entonces, luz y esperanza a nuestro pueblo, hagámoslo juntos, hagámoslo bien.
¡Virgen Santísima de Guadalupe, cúbrenos con tu manto!»
Firma la carta ✠ Rogelio Cabrera López Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM
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