SIN LÍMITES
Por Raúl Torres Salmerón
*Tristes festejos del 159 aniversario por la pandemia
Hace 159 años, en un campo convertido en fango por la tormenta, entre cuerpos bañados de sudor y sangre, la Batalla del 5 de Mayo es un catalizador del orgullo colectivo. En las estribaciones de los fuertes de Loreto y Guadalupe, bastiones de la ciudad de Puebla, se escribió uno de los grandes sucesos fundacionales del Estado y la Nación.
El heroico hecho, de triste celebración este año en Puebla debido a la pandemia, está plasmado en un biombo, autoría de Miguel Zetina, que se exhibe en el Museo Nacional de las Intervenciones (MNI), a cargo de Cecilia Genel, ubicado en el ex Convento de Churubusco, en la Ciudad de México. El MNI está adscrito al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Según el doctor Faustino Aquino, investigador del MNI, ante la proximidad de las tropas enemigas, el General Ignacio Zaragoza había planteado una batalla en las afueras de Puebla, en un llano al oriente de la ciudad en Amozoc, pero el General francés Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, ya había decidido tomar el Fuerte de Guadalupe.
Fue un craso error, pues cualquier academia militar de la época enseñaba que no se debía intentar el asalto de una fortaleza en una colina, por la dificultad y el alto costo que tendría en vidas.
La decisión de Lorencez se debió a que contaba con informes falsos de que Zaragoza contaba con 20 mil hombres cuando tenía 6 mil. Por orgullo, confiado en la eficiencia de sus tropas en el asalto y la ineptitud de los mexicanos, decidió hacer algo que iba en contra de toda táctica militar.
El engrandecimiento del evento redituó al Partido Liberal, dando lugar a un triunfo que reivindicaría a México en la escena mundial. Tras la Restauración de la República, la contienda fue recreada en cuadros que le darían ese halo heroico.
Un ejemplo de ese tipo de obras es el biombo Batalla del 5 de Mayo, pintado por Miguel Zetina, en 1872. El historiador Raúl Nivón, director del Museo Regional de Puebla (Murep) y del Museo Fuerte de Guadalupe, ha realizado un análisis iconográfico e iconológico de esta pieza que mide 2.50 metros de ancho por 2.24 de alto.
La pintura de caballete se divide en tres secciones, en la superior se observan detalles como cañones que enmarcan la leyenda: Las armas nacionales se han cubierto de gloria.
En la inferior están anotadas las fuerzas contendientes de ambos ejércitos como una especie de tablero de ajedrez.
En la parte central se despliega la gran escena de la batalla, donde destacan cuatro enfrentamientos: tres se libran en la tierra y uno en el cielo.
Nivón, especialista en historia social, política y diplomática de los siglos XIX y XIX, destaca que el Estado Mayor francés, comandado por el Conde de Lorencez, aparece muy discreto, muy oscuro, en contraste con el papel protagónico de los zuavos, regimientos de infantería argelinos que tenían fama de ser los más fieros. El autor de la pintura engrandece la acción mexicana.
En la primera narrativa los zuavos enfrentan a las fuerzas de los generales Felipe Berriozábal y Miguel Negrete y al Batallón Zacapoaxtla armados con machetes. En la segunda se observa al contingente Ligero de Toluca y al Fuerte de Loreto donde el Regimiento Fijo de Veracruz está repeliendo un segundo ataque zuavo.
El tercer enfrentamiento alude al último intento de Lorencez de atacar el Fuerte de Guadalupe de manera frontal, que le falla por la dificultad del terreno. Y el último combate lo vemos en las alturas, en ese cielo donde se anuncia la tempestad en que acabaría la batalla.
Nivón concluye que llama la atención la ausencia de los generales Ignacio Zaragoza y Porfirio Díaz, quien ya había adquirido fama en la Batalla del 2 de abril. La hipótesis es que Miguel Zetina, dado que desdibujó el protagonismo del Estado Mayor francés en la escena, consideró inconveniente situar la figura de Zaragoza en la misma posición.
En cuanto a Díaz, la fecha de la obra, 1872, da pistas de su ausencia. Para esa fecha Porfirio Díaz ya estaba movilizando a la gente en La Noria contra la reelección de Benito Juárez, por lo que resultó un personaje incómodo a retratar.
En fin, como escribió Manuel Acuña, (México, 1849-1873) en su poema Cinco de Mayo:
Y llegó la hora, y el cielo
nublado y obscurecido
desapareció escondido
como en los pliegues de un velo.
La muerte tendió su vuelo
sobre la espantada tierra,
y entre el francés que se aterra
y el mexicano iracundo,
se alzó estremeciendo al mundo
tu inmenso grito de guerra.
raultorress@hotmail.com
16 años cuestionándolo todo, investigación y crítica política sin censura.