Sin Secretos | Angélica García
La Procesión del Silencio: Un Abrazo de Fe y Dolor, en las Calles de Puebla

En las calles de Puebla, el silencio se convirtió en plegaria. Miles de poblanos y peregrinos de tierras lejanas se unieron, como cada año desde hace 33 primaveras, en la Procesión del Silencio, un acto de fe profundo que conmemora la pasión, muerte y sufrimiento de Jesucristo. Bajo un cielo que parecía contener el aliento, las cofradías cargaron monumentales imágenes sagradas, acompañando al Señor de Señores en su Vía Crucis, un camino de dolor que es también un canto de esperanza y redención.
Un Recorrido de Corazón Abierto
El aire se llenó de solemnidad cuando las campanas marcaron el inicio del recorrido. Contingentes de fieles, con rostros serenos pero marcados por la emoción, llevaron en hombros las imágenes veneradas: el Niño Doctor de Tepeaca, cuya ternura parece sanar el alma; la Virgen de los Dolores del templo del Carmen, con su mirada que abraza el sufrimiento humano; Jesús de Nazaret, de las parroquias de San José y Analco, cargando la cruz que pesa con los pecados del mundo; y Nuestra Señora de la Soledad, una joya sevillana del siglo XVI, portada con devoción por manos femeninas que honran su soledad maternal.
Entre las imágenes, el Cristo de la Expiración, del siglo XVII, resguardado en la capilla de Santa Teresa del templo del Carmen, pareció exhalar un suspiro de eternidad. Por tercer año, el Señor de la Misericordia, Jesús de las Tres Caídas, de la parroquia de Analco, peregrinó con su mensaje de resiliencia, recordando que incluso en la caída hay fuerza para levantarse. Y el Señor de las Maravillas, con su presencia serena, cerró el cortejo, invitando a los presentes a maravillarse ante el misterio del amor divino.
La Voz del Arzobispo: Un Llamado a la Piedad
El Arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez, dio inicio a este santo ejercicio con palabras que resonaron en el corazón de los presentes. “Contemplemos no solo la belleza de estas imágenes, sino la piedad que nos conmueve,” dijo, invitando a los fieles a mirar más allá de la madera y el arte, hacia un Jesús de la misericordia, un Nazareno que sufre, y una Virgen de los Dolores y de la Soledad que acompaña en el silencio. En el marco del Año Jubilar instituido por el Papa Francisco, el Arzobispo señaló la Puerta del Perdón como un umbral de gracia, donde la confesión, la oración y las indulgencias plenarias ofrecen un camino hacia la reconciliación.
Sus palabras no fueron solo un sermón, sino un abrazo espiritual que envolvió a la multitud en un recogimiento profundo, donde el llanto silencioso y las miradas bajas hablaron más que cualquier voz.
El Silencio que Habla
El Vía Crucis, predicado con fervor por el canónigo Padre José Luis Bautista, fue el hilo que unió cada paso de la marcha. Cada estación, cada relato del sufrimiento de Cristo, resonó en los corazones de los presentes, que caminaban con la cabeza gacha, algunos tomados de la mano, otros con rosarios entre los dedos. No había ruido, solo el crujir de los pasos, el leve murmullo de las oraciones y el latir colectivo de una fe que trasciende el tiempo.
Las imágenes, cargadas con esfuerzo y amor, parecían cobrar vida bajo la luz del atardecer. La Virgen de los Dolores, con su rostro surcado de lágrimas, reflejaba el dolor de tantas madres que han perdido a sus hijos. El Cristo de la Expiración, con su expresión de entrega, recordaba la fragilidad humana y la fuerza del sacrificio. Y Nuestra Señora de la Soledad, llevada por mujeres que caminaban con orgullo y reverencia, era un faro de fortaleza en la desolación.
Un Pueblo Unido en la Fe
La Procesión del Silencio no es solo un evento religioso; es un testimonio de humanidad. En cada rostro, en cada vela encendida, en cada suspiro contenido, se dibujaba una historia personal: la madre que pide por su hijo enfermo, el joven que busca sentido en un mundo caótico, el anciano que agradece una vida de luchas y bendiciones. Poblanos y visitantes, unidos por la fe, caminaron juntos, recordando que el amor de Cristo es un lazo que no distingue fronteras ni clases.
En este Viernes Santo, Puebla se detuvo para mirar su alma. Las calles, habitualmente llenas de bullicio, se transformaron en un santuario al aire libre, donde el silencio fue más elocuente que cualquier palabra. La marcha no solo conmemoró la Pasión, sino que tocó fibras profundas, recordando que el sufrimiento, cuando se ofrece con amor, puede transformar el corazón.
Un Legado de 33 Años
Por 33 años, la Procesión del Silencio ha sido un faro de espiritualidad en Puebla, un momento para detenerse, reflexionar y renovar la fe. En este 2025, en el contexto del Año Jubilar, su mensaje resuena con mayor fuerza: el perdón, la misericordia y la solidaridad son el camino hacia un mundo más humano. Mientras las imágenes regresaban a sus templos, los fieles se dispersaban con el corazón lleno, llevando consigo la certeza de que, incluso en el dolor, hay esperanza.

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