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Religión

La epifanía del Señor

Adolfo Miguel Castaño Fonseca
Obispo de Azcapotzalco

Hermanos en Cristo, que nos ha manifestado su salvación

Celebramos la “Epifanía” del Señor, es decir la “manifestación” de Jesucristo como Mesías y Salvador a todas las personas y a todos los pueblos de la tierra, sin diferencia, ni distinción.

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San Mateo, quien escribió su evangelio cerca del año 80 d.C., para una comunidad de cristianos, en su mayoría procedentes del judaísmo, presenta una escena que debió ser muy impactante: “Después del nacimiento de Jesús…, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido  a adorarlo”. Personajes desconocidos (en griego magoi, “sabios”) son los primeros en reconocer y adorar a Jesús. “Científicos” de su tiempo, dedicados a la observación la naturaleza y a la investigación de fenómenos extraordinarios, llegan desde el Oriente a Jerusalén. Son “paganos” que preguntan por el “Rey de los judíos” que ha nacido y cuya estrella han visto en el Oriente.

Lo más relevante es que los sabios del Oriente vienen “a adorarlo”. El término griego usado por san Mateo es proskynéô (“ponerse de rodillas rostro en tierra”, “postrarse”). Ellos no llegan a Jerusalén buscando a cualquier rey, sino a uno digno de adoración. Judea era un pequeño territorio, dependiente del Imperio romano, con limitada autonomía. De hecho, aunque Herodes tenía el título de “rey”, se limitaba a cuestiones de poca importancia en Judea. Los asuntos más relevantes eran reservados al Legado imperial. Por eso resulta muy extraño que aquellos sabios vengan a postrarse delante de un recién nacido, para adorarlo y ofrecerle sus dones.

Por otro lado, que los paganos sean los primeros en reconocer al Mesías constituye un fuerte reproche y denuncia a Israel, que no reconoce a su Mesías y Salvador. Más aún, Herodes, quien se ostentaba como rey de Judea, es el primer opositor y contagia su actitud hostil a toda Jerusalén. Al mismo tiempo está confundido. Aunque no sabe bien de qué se trata, supone que algo importante está ocurriendo. Por eso convoca a los sacerdotes y escribas para preguntarles “acerca del lugar donde tenía que nacer el Mesías”.

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Herodes no era judío. Originario de Ideumea, llegó a ser reconocido rey de Judea gracias a la astucia de su padre Antípatro, quien logró puestos para sus hijos. Él sabía bien que su título de rey se debía a los servilismos de su padre para con los romanos, durante y después de la conquista de Judea. Su temor de ser depuesto estaba fundado, si un rey judío legítimo estaba por venir. Por eso, “llamó en secreto a los sabios e investigó con exactitud el tiempo de la aparición de la estrella. Y, enviándolos a Belén, les ordenó: ‘Vayan y averigüen con cuidado sobre ese niño y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a adorarlo’”. El usurpador quiso actuar con astucia, esperando que los sabios de Oriente buscaran al niño, así podría acabar pronto con él. Pero sólo puso en evidencia su cobardía y su oposición al plan de Dios.

Los sabios, por su parte, volvieron a ver de nuevo la estrella que los guío hasta el niño. “Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría”. Se trata del gozo de los hombres honestos buscadores la verdad, quienes aún sin comprender del todo, participan de la alegría de la salvación. Es la inmensa alegría de las personas que buscan aún sin conocer las profecías, pero por su buena voluntad y sinceridad logran encontrar al Señor. Es el gozo de los hombres que no se amedrentan ni merman en su búsqueda, sino que, a pesar de las adversidades siguen adelante, porque saben que la búsqueda de la verdad siempre vale la pena.

La adoración de los magos evidencia que la salvación de Dios no es prerrogativa de pocos. Se ofrece a todos los que la acepten, sin distinción de raza, pueblo, nación o condición social. Se cumple el oráculo de Isaías: “Levántate y resplandece Jerusalén…, la gloria del Señor alborea sobre ti… Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora…” Los del Oriente se han volcado a la ciudad donde Dios manifiesta su salvación, por eso llegan “los de Madián y Efá y todos los de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”. No hay exclusión alguna.

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En este mismo sentido san Pablo recuerda: “Por el Evangelio también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”. La Epifanía es, por tanto, la fiesta alegre de todos, porque expresa la universalidad de la salvación.

Al mismo tiempo la Epifanía es reproche y denuncia. Para Israel y para la comunidad de san Mateo, procedente del judaísmo, pero también para nosotros. Que los paganos sean los primeros en adorar a Jesús, nos advierte también a nosotros cristianos católicos de hoy. No podemos “dormirnos en nuestros laureles”, pensando que por ser bautizados o por realizar algunas prácticas religiosas ya tenemos asegurada la salvación. Si no aceptamos realmente a Jesús como Mesías y Salvador y si no actuamos en consecuencia con nuestra fe, podremos quedar privados de la alegría de la salvación. En cambio, personas que sin un conocimiento explícito de la fe, pero que buscan honestamente la verdad, podrían participar de esa inmensa alegría.

San Mateo relata que los sabios del Oriente, después de adorar al niño, abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.  Le ofrecen lo mejor que ellos poseen. Esos dones se contaban entre los mejores productos del Oriente. Aunque con el tiempo se les dio una interpretación simbólica (el oro como rey, el incienso como Dios y la mirra, utilizada entre otras cosas para embalsamar cadáveres, como hombre mortal), no es éste el principal sentido del relato, sino el que los sabios del Oriente, al encontrarlo ofrecen a Jesús lo mejor, lo más valioso que poseen.

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De los magos tenemos que aprender mucho. Su convicción los puso en un camino largo, difícil e incierto, pero estuvieron siempre dispuestos a todo; ellos nunca se dieron por vencidos, a pesar de las dificultades y hostilidades, como la de Herodes; buscaron sin desfallecer y cuando encontraron lo que buscaban, se llenaron de inmensa alegría; entonces ofrecieron lo mejor que tenían. Nosotros también necesitamos asumir esas actitudes de convicción, perseverancia, esfuerzo, alegría y generosidad, para responder con fidelidad la “distribución de la gracia” que hemos recibido y participar de la inmensa alegría de la salvación.

Conferencia del episcopado Mexicano

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16 años cuestionándolo todo, investigación y crítica política sin censura.

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