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El único orador de la marcha contraria a la reforma electoral del día de ayer, José Woldenberg, incurrió en un conjunto de contradicciones, falsedades y nostalgias sobre la realidad histórica electoral de México
La más fantástica de sus aseveraciones es la siguiente: «México no puede volver a una institución electoral alineada con el gobierno, incapaz de garantizar la necesaria imparcialidad en todo el proceso electoral».
¿De qué institución habla? El Instituto Federal Electoral-Instituto Nacional Electoral que defendió ayer ha sido una institución electoral «alineada con el gobierno», a excepción del breve lapso que va de 2019 al 2022.
El IFE se alineó con el gobierno de Carlos Salinas entre 1990 y 1994; con el de Ernesto Zedillo entre 1994 y 2000; con el de Vicente Fox entre el 2000 y el 2006 y con el de Felipe Calderón entre el 2006 y el 2012. Y el IFE-INE se alineó con Enrique Peña Nieto entre 2012 y 2018.
¿De cuál IFE-INE nos habla Woldenberg? Es célebre la coordinación milimétrica entre Luis Carlos Ugalde y Vicente Fox para presentar la misma narrativa sobre los resultados electorales del 2006, por poner sólo un ejemplo. Pero más allá de la casuística, la tendencia es la misma. La historia del IFE-INE es la de un órgano electoral alineado al gobierno federal.
La segunda afirmación de Woldenberg que merece ser comentada es la siguiente: «sólo desde el autoritarismo más ciego se puede aspirar a homogeneizar esa riqueza de expresiones». El orador único de la movilización de ayer pasa por alto deliberadamente el aval abierto y explícito que dieron los consejeros del IFE-INE al hecho más «homogeneizador de esa riqueza de expresiones» políticas que ha tenido el país: el llamado Pacto por México. No es el actual gobierno el que ha buscado homogeneizar la vida política, sino el IFE-INE defendido ayer por Woldenberg.
La tercera cuestión se refiere a la contradicción que hay entre decir: «de 1977 al 2014 se llevaron a cabo ocho reformas electorales» y la que señala que después de esas reformas «el edificio culminante es el del Instituto Nacional Electoral». O sea que se reconoce que el órgano electoral se ha reformado constantemente, pero inmediatamente después se exige que no vuelva a ser reformado nunca jamás. Es la ideología del fin de la historia. Hasta aquí llegaron las reformas. Absurdo y ahistórico.
De ahí se desprende otra afirmación, cuyo corte patrimonialista sorprende: “México no puede ni debe trasladar a otra institución el padrón electoral». ¿Por? El padrón electoral pasó de la CFE al IFE y del IFE al INE. ¿Por qué no podría pasar del INE al INEC? ¿Ya está escriturado a nombre de un grupo específico de personas?
En quinto lugar, Woldenberg afirma que “México no puede centralizar todos los procesos electorales en dos instituciones descomunales”. Es curioso que el defensor del actual INE diga esto porque precisamente uno de los rasgos de la transición del IFE al INE fue la conversión de los institutos electorales de los estados en OPLES dependientes y centralizados en el INE.
Finalmente, el orador de la marcha de ayer advierte: “México viviría conflictos evitables, innecesarios, interminables y costosos si las normas electorales no son producto del consenso de las principales fuerzas políticas del país”. En efecto, las reformas electorales de las últimas tres décadas no fueron resultado del consenso de todas las fuerzas políticas y menos aún del consenso social, sino sólo “del consenso de las principales fuerzas políticas del país”, es decir, el PRI y el PAN. Los grandes movimientos sociales que lucharon contra los fraudes electorales de las décadas pasadas no formaron parte de los consensos que produjeron esas reformas.
Woldenberg dice que no debemos regresar al pasado, pero todo su discurso es una antología de nostalgias por el pasado.
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