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Durante estos días hemos conocido sobre las consecuencias que el incremento del precio del gas, aunado con la crisis del transporte marítimo de mercancías está teniendo en la disponibilidad y precio de los fertilizantes, lo cual pone en jaque el abasto internacional de alimentos y eleva el costo de este insumo agrícola a precios o niveles insospechados en un corto periodo.
Esta dependencia del fertilizante químico y su precio en constante ascenso compromete la capacidad de producción de los alimentos, que se verá seriamente disminuida en el corto y mediano plazo, tanto en su disponibilidad como en el incremento de su costo.
En México, el precio de los fertilizantes alcanza niveles históricos. El amoniaco anhidrido, por ejemplo, que a principio de año tenía un precio del orden de 8 mil pesos toneladas hoy está en 18 mil pesos; la urea paso del orden de 7 mil pesos a más de 14 mil; el sulfato de amonio, le cuesta al productor el triple al venderse en 17 mil pesos.
Esta situación no sólo afecta a los productores agrícolas, sino que impacta directamente en los precios de los alimentos de nuestra dieta diaria. De acuerdo con la Alianza Nacional de Pequeños Comerciantes (Anpec), quien realiza un monitoreo mensual de precios de productos de la canasta básica, de la segunda mitad de septiembre a la fecha, el precio de algunas verduras como la cebolla, la papa y el jitomate se ha incrementado entre 30% y 60%. Otros productos que no faltan en la alimentación diaria del mexicano y que siguen al alza son el frijol, que tuvo un aumento de 16.67%, así como el arroz, que subió 20%. En general, el incremento en el índice de precios de la canasta básica pasó de 6.7 por ciento en septiembre a 8 por ciento anual en la primera quincena de octubre pasado, reveló el monitoreo del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas.
En este escenario y ante las alertas rojas sobre cambio climático y las altas emisiones contaminantes de gases de efecto invernadero que los especialistas en el mundo están haciendo en la COP-26, incluido el compromiso de más de un centenar de países, –al que se sumó México de última hora– por detener y revertir la degradación de suelos, es necesario que como país pensemos en dar un giro de 180 grados a la política que se está aplicando con los programas de fertilización química y abrir el pensamiento a las soluciones más ecológicas que desde hace años expertos están planteando, reflexionó el experto en biofertilización y director de Biofábrica Siglo XXI, Marcel Morales Ibarra.
“Hay que decirlo, y decirlo fuerte, el programa de fertilización que demanda el país, y el conjunto del planeta, no es el de andar regalando fertilizantes químicos, aún cuando este regalo se destine a pequeños productores, como los programas gubernamentales que se hacían hace 50 años, cuando había que difundir su uso, como una importante innovación tecnológica. No, el programa de fertilización que se requiere es precisamente impulsar alternativas al uso de estos fertilizantes que se regalan y que ya han causado un gran daño al ambiente y en especial a los suelos; alternativas que desde hace décadas existen y han demostrado en el país y en el mundo su efectividad económica, productiva y ecológica”.
El especialista en temas de sustentabilidad agrícola aclaró que no se trata de satanizar a los fertilizantes, sino de hacer un uso racional y responsable de ellos, ya que solo con su disminución en combinación con biofertilizantes se puede reducir el impacto ecológico y generar beneficios económicos, socioambientales y contribuir a recuperar los suelos.
Con el uso de biofertilizantes, los resultados que se han obtenido en el campo son contundentes: es posible reducir la fertilización química del 30 hasta 70% sin demérito de la producción, incluso registrando incremento de rendimientos que van del 10 al 40%, lo que se traduce en mayor productividad y, a su vez, significa incrementos en la rentabilidad para el productor.
Además, mediante la combinación del fertilizante químico con los biofertilizantes, se logra un incremento significativo del nivel de eficiencia de los primeros, duplicando o hasta triplicando su utilización por la planta, pasando del 20-30% hasta en 80-100% de aprovechamiento del fertilizante aplicado.
Los efectos ecológicos también son positivos, porque las mejoras se registran desde el primer ciclo productivo, con efectos acumulativos importantes en las condiciones físicas, químicas y biológicas del suelo, multiplicando la diversidad y cantidad de los microorganismos benéficos.
“Esta característica da a los suelos una capacidad de importancia de primer orden frente al problema del cambio climático, ya que la recuperación de la vida microbiana permite a éstos incrementar su capacidad de secuestrar dióxido de carbono de la atmósfera e incluirlo como insumo productivo. El uso de los biofertilizantes permite disminuir las emisiones del CO2, no solo por la disminución de la fertilización química, sino que además disminuye el ya acumulado en la atmósfera”, subrayó Marcel Morales. Así mismo, el experto considera que, “transformar el actual modelo de producción agrícola es urgente y es una responsabilidad del Estado; no es un tema sectorizado, que compete a un sector de la población o a un sector de la producción, es un tema totalizador que compromete a todos los poros de la sociedad”.
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