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Por Angý bravo
El penal de Topo Chico, situado en Monterrey, Nuevo León, tuvo una historia de más de 75 años marcada por violencia y sobrepoblación antes de su cierre definitivo en 2019. Este centro penitenciario, que alguna vez fue considerado el más peligroso de México, se convirtió en un símbolo de los problemas del sistema carcelario del país, evidenciando fallos graves en seguridad y derechos humanos.
Inaugurado en 1943, el Centro de Reinserción Social Topo Chico fue diseñado para albergar una cantidad significativamente menor de reclusos que la que terminó acumulando con el tiempo. A medida que la
criminalidad y los desafíos sociales en Nuevo León aumentaron, el penal sufrió una crónica sobrepoblación, con internos viviendo en condiciones inhumanas.
Para diciembre de 2015, el penal tenía una población de 3,965 reclusos, excediendo su capacidad máxima de 3,685 plazas, cifra que continuó creciendo en los años siguientes. La violencia era una constante en Topo Chico, con numerosos enfrentamientos y motines que resultaron en una serie de trágicos eventos. Uno de los incidentes más notorios ocurrió el 27 de marzo de 1980, cuando un motín llevó a los reclusos a tomar como rehenes al director, el Capitán Alfonso Domene Flor Milán, y a tres de sus secretarias. Aunque el levantamiento fue sofocado, el Capitán Domene fue asesinado durante el conflicto.
Con el cierre del penal, se decidió que las instalaciones, incluidas las celdas de castigo y las áreas comunes, serían demolidas para dar lugar a un parque público. Este proyecto, respaldado por empresarios locales, culminó con la apertura del Parque Libertad el 20 de septiembre de 2021, marcando un nuevo capítulo en el área que antes albergaba una de las prisiones más infames de México.