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Shakira: el regreso de la diosa que convirtió el deseo en arte

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Shakira no necesita permiso para moverse. A sus 48 años, regresó a los escenarios de los Grammy como quien no se fue nunca: con un vestido translúcido que parecía más un conjuro que una prenda. Y no fue una provocación vulgar, fue una declaración estética y simbólica: el cuerpo femenino no caduca, se reinventa. Mientras la industria presume “nuevas divas” cada temporada, ella regresó como quien ya no compite, solo flota sobre los demás.

Pero esta no es solo la historia de una mujer atractiva. Es la historia de alguien que entendió cómo convertir el deseo en narrativa visual. Desde She Wolf hasta su último belly dance en “Ojos Así”, Shakira ha hecho del movimiento una semiótica del placer. No baila, invoca. No canta, canaliza. Y no se “ve bien para su edad”: se ve mejor que la mayoría a cualquier edad. Eso, por supuesto, molesta. Porque el morbo se celebra… hasta que se vuelve incómodamente autónomo.

En un mundo donde la lujuria se explota como producto pero se castiga como pecado, Shakira nos planta una verdad incómoda: la sensualidad consciente es peligrosa, porque no depende de la mirada del otro. Y en tiempos donde todo lo deseable parece filtrado, su presencia nos recuerda que el deseo —cuando es propio— es revolucionario.

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