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La Iglesia Católica celebra al santo franciscano Pio de Pietrelcina, que vivió de 1887 a 1968, y que el mundo católico lo identifica cariñosamente como el “Padre Pío”.
Durante su vida, el “Padre Pío” recibió los estigmas de Nuestro Señor Jesucristo – heridas en manos, pies, costado y hombro- dolorosas aunque invisibles entre 1911 y 1918, y luego visibles durante 50 años, desde septiembre de 1918 hasta septiembre de 1968. Su sangre tenía aroma de flores, asociada a la santidad.
El monasterio donde vivió, en San Giovanni Rotondo, era visitado por personas procedentes de todo el mundo, para hablar con él, para confesarse, asistir a sus misas y buscar un milagro, dándose múltiples conversiones.
Su nombre de pila fue Francesco Forgione y al adoptar el hábito de los Hermanos Menores Capuchinos (O.F.M. Cap.). adoptó el nombre de “Pio”,
A los cinco años tuvo su primera visión: Cristo se le presentó como el Sagrado Corazón de Jesús. El Señor se le acercó y posó su mano tiernamente sobre la cabeza del pequeño Francesco, quien, en respuesta, le prometió que sería su servidor a ejemplo de San Francisco de Asís, por quien le fue dado su nombre en el bautismo.
Desde ese momento, el futuro fraile cultivaría una estrechísima relación con Jesús y su Madre, la Virgen María, en la oración diaria y a través de sus visitas a la iglesia local. Ella, la Madre de Dios, también se le aparecería en distintos momentos de su vida.
Con 15 años cumplidos, Francesco se presentó al convento franciscano de Morcone, y los hermanos lo recibieron con afecto y consideración. Ese sería el lugar donde viviría años intensos de formación, marcados por las visiones del Señor y de la Virgen María, en las que se le reveló que habría de librar duros combates contra el demonio batallas de las que salió airoso por obra de Dios.
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