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La abuela tendría la culpa por haber nacido actriz y triunfar como figura estelar en México. Por contraer nupcias con un hombre más joven que ella, después de otros matrimonios. Silvia Pinal se casó con Enrique Guzmán, ídolo del rock nacional, permanencia del inconsciente colectivo de un público al que le sigue cantando “cuando te tomo de la manooo…” Tuvieron dos hijos, Enrique Guzmán Pinal y Alejandra Guzmán. Se sabe poco del primero, pero ella es la rockera más conocida de los últimos años. La que ha provocado escándalos de serie documental. Tiene una hija con Pablo Moctezuma, Frida Sofía, de la que nadie puede decir con exactitud a qué se dedica, pero acude a la prensa a desprestigiar a la familia —incluidas primas, tías y allegados. El circo armado de una gravísima denuncia ante los medios de comunicación no ha llegado a los juzgados, pero el público ya tomó partido: a favor del abuelo, incapaz de violar a su nieta. O en pro de la niña de cinco años acosada en una foto por el cantante al que Angélica María negó su virginidad. Y una madre, Alejandra Guzmán suplicando a su hija arreglar las cosas en el seno privado, familiar. Frida Sofía es el centro de atención hasta de Lucía Méndez que inaugura programa en YouTube. Anda repartiendo odios, rencores y frustraciones de su vida ante un público dispuesto a deshacer la solvente trayectoria de los Pinal Guzmán. Eso, en vez de ir a un juzgado a entablar la denuncia y ante quien resulte responsable. Llora ante un periodista que ganó la “exclusiva” pagando a la denunciante. No es que no le creamos. Es que jamás habíamos conocido un escándalo del mundo del espectáculo como el que presenciamos, a excepción del de Gloria Trevi, que sí llegó a manos de la justicia. Insistimos: no sabemos de qué vive Frida Sofía. La soledad le debe sentar mal. Ignoro si las feministas se han acercado a ella para apoyarla en su lucha. Si no es así, la caída será un vértigo donde el vacío es infinito. El escándalo es digno de una crónica donde se hace necesario sanar heridas lejos del público, el voraz lector de historias donde el ser humano aprendió a destruirse sin construir nada. Y las drogas, ese telón de fondo —mortal—, que nos hace perder dignidad