Antes de 1950 la especie se creía extinta, pero un inglés tuvo la estupenda idea de ir en su búsqueda a rincones inhóspitos de México. Esta fue la historia de cómo el xoloitzcuintle libró la extinción
Se trataban de tres especies: el itzcuintli, el xoloitzcuintle y el tlalchichi, se sabe porque los arqueólogos han encontrado huesos de estos canes en lo que hoy es Tula y otras regiones centrales. Además, en lo que antes fueras viejos tiraderos prehispánicos localizaron restos óseos de esas mismas especies de caninos.
Los perros eran usados en ritos prehispánicos, pero también como alimento, lo cual no agradó para nada a autoridades españolas.
Todo apunta que los primeros en atentar contra la crianza, consumo y uso de estos perros mexicanos fueron los frailes, quienes al rechazar cualquier rito religioso no católico restringieron de facto el consumo de carne de perro.
A esto se sumaron ordenanzas de la corona española para acabar masivamente con todos los perros nativos que quedaban en las calles, por lo que fueron envenenados. Fue así como los canes ya no eran vendidos en los mercados y fueron pocos los que mantuvieron a algunos en sus casas.
Sin querer, con las restricciones de las costumbres prehispánicas, los españoles provocaron en el siglo XVII una nueva migración de indígenas, ahora del centro hacia la zona costera del Pacífico, aquellas tribus de nuevo no iban solos, llevaban los últimos perros consigo.
Durante los siguientes siglos los perros mexicanos itzcuintli, xoloitzcuintle y tlalchichi, se creyeron extintos, y así fue pero solo parcialmente.
Hasta que en 1950 el embajador británico Norma P. Wright decidió emprender un viaje de varios años a diversos puntos del país para localizar a los últimos xoloitzcuintles u otras especies caninas nativas, y las localizó en comunidades costeras de Oaxaca y Guerrero.
Una vez con los suficientes ejemplares de xolos intervino la Facultad de Medicina y Zootecnia de la UNAM en donde se inauguró una pensión canina en Coyoacán con estos animales, iniciando así su reproducción.
Aunque algunas asociaciones canófilas internacionales e incluso nacionales no reconocen al xolo como una raza, cada vez se suman más especialistas en la defensa y reproducción del único perro auténticamente mexicano