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Puebla capital.- En la solemnidad del Bautismo del Señor, el arzobispo Víctor Sánchez Espinosa, en la misa que ofreció en la réplica de la Capilla Sixtina, bautizó a 23 niños de diferentes comunidades del Estado.
El hecho cobra trascendencia por el mensaje evangélico dominical y no precisamente por el lugar donde se desarrolló el acto litúrgico, sin quitarle el mérito a la gran obra humana que representa.
El mensaje evangélico de San Mateo, acerca del Bautismo del Señor, señala:
“En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco»”.
Juan el Bautista preparaba al mundo de su época y de su región para el momento de la revelación de Jesucristo, el Mesías prometido, esperado por el pueblo de Israel.
El Bautista predicaba la conversión, el cambio de vida.
El Bautismo que Juan impartía significaba la aceptación de la conversión de aquéllos que, motivados por su predicación, deseaban arrepentirse para poder optar por el Reino de los Cielos, que Juan anunciaba y que el Mesías vendría pronto a establecer.
El Bautismo que Juan impartía era un Bautismo de conversión. Los que deseaban cambiar de vida eran bautizados por él con agua y este bautismo no era como el Bautismo que nosotros conocemos y recibimos como Sacramento, sino que era así como la aceptación de ese cambio que ellos estaban dispuestos a hacer en sus vidas.
La gente al preguntar a Juan qué debían hacer para convertirse, él les recomendaba: el que tenga qué comer, dé al que no tiene; a los cobradores de impuesto les decía que no cobraran más de lo debido; a los soldados, que no abusaran de la gente y que no hicieran denuncias falsas. Y así iban llegando a arrepentirse y a bautizarse con San Juan Bautista.
De allí que llama la atención el que Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, se acercara a la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que se estaban convirtiendo, a pedirle a Juan, su primo y su Precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría uno que es más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (Mc. 1, 7), se queda impresionado de la petición del Señor.
Y vemos en el Evangelio que San Juan Bautista le discute: “Soy yo quien debe ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a que yo te bautice?” Sin embargo, el Señor lo convence: Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere. Entonces Juan accedió a bautizarlo” (Mt. 3, 14-15).
Hace pocos días celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios. Y enseguida nos llega esta Fiesta de su Bautismo. Pero ¿cómo puede ser esto de un Dios bautizado? Pues bien, el objeto de su Bautismo es el mismo que el de su Nacimiento: identificarse con la humanidad pecadora.
No nos parece adecuado que Dios sea bautizado, pero en realidad esto calza con el propósito de su venida a la tierra. Jesús no estaba en el Jordán a título personal, sino que nos estaba representando a todos y cada uno de nosotros, a la humanidad pecadora.
En Él no había pecado alguno: por esto la objeción de San Juan Bautista. Pero si Jesús se iba a identificar con la humanidad a tal punto como para llamarse “Hijo del Hombre”, tenía entonces que compartir y asumir nuestra culpa. Por eso es que vemos a Dios bautizado.
Cierto entonces que Jesucristo, el Dios Vivo, no tenía necesidad de bautismo. Pero en el Jordán quiso presentarle al Padre los pecados del mundo y asumirlos Él ¡Todo un Dios, en Quien no puede haber pecado alguno, se pone en lugar de la humanidad pecadora, haciéndose bautizar!
En el Jordán Jesús desea mostrarnos el sentido y la necesidad del arrepentimiento. En eso consistía el Bautismo de Juan: arrepentirse de los pecados primero. Luego el agua venía a confirmar ese arrepentimiento.
Y la significación del Bautismo de Cristo no queda allí: al entrar Dios a las aguas del Jordán, le dio significación especial al agua. De allí que el agua sea la materia del Sacramento del Bautismo.
Pensar en el Bautismo de Jesucristo, el Dios-hecho-hombre, nos debe llenar de gran humildad: si todo un Dios se humilla hasta pedir el Bautismo de conversión que San Juan Bautista impartía a los pecadores convertidos, ¿qué no nos corresponde a nosotros, que sí somos pecadores de verdad?
La Fiesta del Bautismo del Señor nos invita, entonces, a reconocernos pecadores y, como tales, a arrepentirnos, y así renovar esa vida de Dios que un día recibimos en nuestro Bautismo.