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La Iglesia Católica, conmemora el nacimiento de la Virgen María, que viene a significar el despojar a la tierra de las tinieblas del pecado en que estuvo envuelta. Con Ella se anuncia la proximidad de esa otra luz, salvadora, la de su Hijo Jesús. “Por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro”, se refiere en el oficio de Laudes del 8 de septiembre.
El nacimiento de la Virgen María, no fue ordinario y mucho menos casualidad. María, Virgen y Madre Nuestra, desde antes de su nacimiento estaba destinada por Dios para ser la Madre de Dios. La divinidad de María estaba planeada desde el inicio de los tiempos.
Esta fiesta mariana tiene su origen en la dedicación de una iglesia en Jerusalén, pues la piedad cristiana siempre ha venerado a las personas y acontecimientos que han preparado el nacimiento de Jesús. María ocupa un lugar privilegiado, y su nacimiento es motivo de gozo profundo.
La Virgen María nació en Nazareth, y fué educada en Jerusalén. Sus padres, Ana y Joaquin eran un matrimonio el cual no tenía la dicha de ser padres debido a la esterilidad de Joaquin. Muchos fueron los años que esta pareja suplicó a Dios les otorgara la dicha de ser padres. Por lo que al momento de la concepción de María estos ya eran un matrimonio adulto.
Un ángel se le aparació a Ana, madre de María, diciendole: «Yo soy el Ángel que ha llevado nuestras oraciones y nuestras limosnas a la presencia de Dios, y que ahora he sido enviado a ustedes para anunciar el nacimiento de una hija, que se llamará María, y que será bendita entre todas las mujeres». También se le aparecio a Joaquin para anunciarle que sus suplicas habian sido escuchadas y serìa bendecido con la dicha de engendrar una hija.
el sacerdote español Alejandro Vazquez- Dodero, refiere que desde su infancia nuestra Señora la Virgen María, invita a la humildad, a ese obrar tan solo por servir al prójimo, sin querer lucir, solo por amor. Eso hizo Ella desde que nació. Ninguno de sus contemporáneos cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Solo los ángeles del cielo hicieron fiesta.
Descendiente de David, como había señalado el profeta hablando del Mesías —“saldrá un vástago de la cepa de Jesé y de sus raíces florecerá un retoño”(Is 11, 1)— y como confirma San Pablo cuando escribe a los Romanos acerca de Jesucristo, “nacido del linaje de David según la carne”(Rm 1, 3).
Al celebrar fiestas marianas como la de hoy, y en bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas veces en la Virgen, como Madre nuestra que es. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a poco acabaremos pareciéndonos a Ella.
Imaginarla hoy recién nacida, una niña preciosa, del todo pura y sin pecado original, nos invita a una piedad tierna, a una confianza y abandono en las manos de quien llegaría a ser nuestra madre por ser Madre de Dios. Piedad tierna y recia al mismo tiempo, pues esa niña, ya adulta, ya madre, sufriría con entereza y fortaleza la muerte ignominiosa de su hijo, de nuestro hermano, Jesucristo.
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