Foto Especial / DiarioSinSecretos.com /Angélica García Muñoz
En la vida espiritual del ser humano el Espíritu Santo es esencial, por ser el santificador de las almas, la fuente de toda las gracias , el centro de la vida espiritual, el huésped del alma, su verdadero director, es el soplo divino dado a Adán y Eva y a los Apóstoles en el Pentecostés.
Su obra santificadora del Espíritu Santo consiste en formar a Jesús en las almas; pero requiere de nuestra cooperación. Esta correspondencia fiel a su amor y a sus dones, ese es el fondo de la devoción al Espíritu Santo. Pero para ser constante, es preciso que el alma se entregue a Él de una forma total, definitiva y perpetua.
En otros términos la verdadera devoción es la consagración, así el Siervo de Dios Luis María Martínez Rodríguez, Arzobispo Primado de México, resume toda la doctrina que expone en el tratado de la Verdadera Devoción al Espíritu Santo, Obra que adapta a los fieles de manera sencilla pero no por ello profunda la Teología al Espíritu Santo, cuya complejidad para explicarla habría llevado a llamar al Paráclito el Dios desconocido.
El Siervo de Dios Monseñor Luis María Martínez Rodríguez, comparado por los teólogos como genio creador, por que en sus obras sobre el Espíritu Santo hay rasgos geniales que le dan una gran originalidad; hay en ellos conceptos, puntos de vista, observaciones, reglas de dirección, que no se encuentran en ningún otro autor y que al paso de los años se ha reconocido el valor doctrinal de sus enseñanzas.
El amantísimo siervo de Dios expresa que el Espíritu Santo se nos da, enriquece nuestras almas con la gracia de las virtudes y de los dones, toma la dirección de nuestra vida, hasta conducirnos a la cumbre de la perfección, sí correspondemos a su acción santísima.
Nuestra devoción al Espíritu Santo debe ser, por consiguiente, una consagración total, definitiva y perpetua.
El fondo de esa devoción consiste en poseer al Espíritu Santo y en dejarse poseer por Él, pues todo lo demás o prepara esa mutua posesión o es consecuencia felicísima de ella.
La devoción al Espíritu Santo nos conduce a la transformación en Jesús y ésta nos lleva a la consumación de la unidad, en el seno del Padre , de tal suerte que el amor lleva a la luz, y la luz a la paz y la unidad.
La Consumación del amor, de la luz y de la paz, en la tierra se realiza en la Cruz; en el Cielo, en el seno del Padre.
Hay por decirlo así, dos cielos a los que el Espíritu Santo lleva a las almas con su soplo suavísimo y poderoso: EL CIELO DE LA TIERRA QUE ES LA CRUZ, Y EL CIELO PLENISIMO Y ETERNO QUE ES EL SENO DE DIOS.
LAS BIENAVENTURANZAS :
Es un tema sobre lo que se ha escrito mucho, desde los sermones de las bienaventuranzas de San Agustín , hasta los de Monseñor Gay y otros.
Las bienaventuranzas de Monseñor Martínez, aunque se apoyan en San Agustín y Santo Tomás, son de notoria originalidad y se nota que son fruto de su propia experiencia.
Según el catecismo de la Iglesia católica en su numeral 1716 señala que las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús.
Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los Cielos:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
(Mt 5,3-12)
El Padre J.G. Treviño, MSpS, señala que Las 7 bienaventuranzas son cumbres que nos elevan porque nos libertan; y hay una octava que es el resumen de todas ellas.
La primera arranca de nuestro corazón los bienes de la tierra, es la cumbre del desprendimiento mediante la cual Dios nos posee: Encontrarnos a Dios donde dejamos a las criaturas.
La segunda y la tercera, nos libertan de nosotros mismos, porque la segunda nos libra de la tiranía de la ira, y la tercera abre nuestro corazón a los consuelos divinos y desata el santo raudal de las lagrimas.
Las cuatro últimas nos liberan el arcano de la vida. La cuarta y quinta ordenan la vida activa que deben girar en los dos polos de la justicia y de la misericordia.
la sexta y la séptima son las cumbres de la pureza y de la paz, donde se consuma el misterio del amor y de la felicidad.
Y la octava bienaventuranza, es el resumen de la consumación de todas.
Monseñor Luis María Martínez, destaca de las 7 bienaventuranzas que: “El dolor es en la tierra la última palabra del amor como la última del Cielo es el gozo ineficiente. ¿No son los bienaventuranzas la marcha triunfal del amor, los matices de su iris espléndido la gama riquísima de su divina armonía? Si el amor campea majestuoso sobre las siete cumbres – las bienaventuranzas- es preciso que el dolor las tiña con su color misterioso. Es el dolor lo opulento de la pobreza, lo exquisito de la dulzura, lo divino de las lágrimas, la majestad de la justicia, la unción de la misericordia, la pureza de la luz y la saciedad del amor». «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos».
“Si pudiéramos condensar en dos palabras las 7 divinas bienaventuranzas que pronunció Jesús en la montaña, piensó que esas palabras serían las más profundas del lenguaje humano las que expresan lo más divino que hay en el Cielo: EL AMOR, y lo más santo que hay en la tierra: EL DOLOR. Y si quisiéramos simbolizar esas divinas realidades que encierran el secreto de la felicidad, serían los emblemas de la PALOMA que significa el AMOR ETERNO y LA CRUZ que encarna el DOLOR INMORTAL, unidos en el Dino Corazón de Cristo – ardiente y desgarrado- cuya ancha herida es la puerta única por la que derrama en la tierra el raudal celeste de la única felicidad”.
Sobre la octava bienaventuranza, cita: “Contemplando a Cristo en la Cruz, con los ojos iluminados del corazón, se vislumbra esta verdad profundísima y fundamental; solamente hay dos consumaciones de la santidad, porque solemne hay dos unidades. LA DEL AMOR EN EL CIELO Y LA DEL DOLOR EN LA TIERRA: La santidad es simplificación; Dios es santísimo, porque es infinitamente simple; las almas son santas porque se simplifican en Dios, por eso Jesús en el sermón de la Cena, pidiendo al Padre la perfecta santidad de los suyos le decía: «QUE SEAN UNA SOLA COSA COMO NOSOTROS SOMOS UNA SOLA COSA. YO EN ELLOS Y TÚ EN MÍ, PARA QUE SEAN CONSUMADOS EN LA UNIDAD”. EL Padre y el Verbo se enlazan en la unidad del Espíritu Santo, esto es, en la unidad del Amor; las almas se unifican en la Cruz de Cristo, que es la unidad del Dolor» .
El Venerable escruta sobre el Dolor y cuestiona: » ¿ Será que el dolor desatando, inmaterializa y purificando, simplifica? ¿ Será que el dolor es el nombre nuevo y terreno del amor, que vencedor de las miserias, del pecado y de la muerte, nos enlaza con Dios en divina unidad? ¿Será que el Dios santo y santificador que se sienta en los cielos en el trono del amor, al venir a la tierra eligió por trono la Cruz?.».
Para finalmente concluir con otra pregunta: » ¿Para qué escrutar el misterio? Lo cierto es que la suprema epifanía de la santidad en la tierra es Jesús Crucificado , y por consiguiente, que la suprema consumación de la santidad en las almas es gloriarse en la Cruz de Cristo, estar con El Crucificado y ser otro El».
Bibliografía del Venerable Siervo de Dios Monseñor Martínez
El Venerable Siervo de Dios nació el 9 de junio de 1881 en Tlalpujahua, Michoacán; murió el 9 de Febrero de 1956, recibió el sacramento del orden del Presbiterio el 20 de Noviembre del 1904.
Fue nombrado maestro del Seminario y posteriormente fue Vicerrector del mismo, cargo que desempeño por 32 años.
Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Rector del Seminario de Morelia, administrador apostólico del Obispado de Chilapa y Obispo Auxiliar de Morelia, en 1923 y Arzobispo de la Arquidiócesis de México de 1937 a 1956, siendo el trigésimo segundo sucesor de Fray Juan de Zumárraga.
Luego de conocer a la hoy Beata Concepción Cabrera, y ser su director espiritual, se une a las obras de la Cruz , haciendo votos como Misionero del Espíritu Santo.
Estuvo a cargo de la custodia de la Tilma de nuestra Señora de Guadalupe, su causa de canonización inició en 1985 en la fase diocesana y culminada en 1994 cuando fue reconocido Siervo de Dios.
16 años cuestionándolo todo, investigación y crítica política sin censura.