+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús llena el mes de junio, mes dedicado a su culto y devoción, y tiene lugar este viernes después de la fiesta del Corpus Christi. La devoción y el culto al Sagrado Corazón se extienden a todo el año y a toda la vida. La humanidad de Cristo ha sido siempre adorada con el mismo culto con que adoramos su persona divina, la persona del Hijo Jesucristo. Y en esa humanidad de Cristo, su corazón ha sido traspasado por la lanza, cuando ya había muerto en la Cruz.
Lo que fue un acto de “remate” del Crucificado para certificar su muerte, ya el mismo evangelista san Juan lo ve con más profundidad, con ojos de fe, como si se nos abriera una puerta para entrar y conocer la hondura del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Y manifestado hasta el extremo en la Cruz.
En las apariciones a los apóstoles es muy significativa la aparición al apóstol Tomás, dubitativo e incrédulo, para decirle: “Mete tu mano en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás, al constatar las llagas gloriosas del Crucificado se postra en adoración: “Señor mío y Dios mío”. Las llagas de Cristo ya no son simples orificios por los que ha brotado sangre hasta la extenuación, “nos amó hasta el extremo”, sino que se han convertido en lugares de refugio a donde somos invitados a entrar para dejarnos envolver por un amor que nos sobrepasa, el amor de Cristo, el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, y precisamente manifestado en sus llagas.
Nos enseña nuestro san Juan de Ávila: “Metámonos en las llagas de Cristo, y no para luego salir, sino para morar, y principalmente en su costado, que allí en su corazón partido por nosotros cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo” (Carta 74).
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús es una ocasión preciosa para vivir el amor de Cristo, centro de toda la vida cristiana. Un amor que me conoce y que quiere convivir conmigo, un amor que no se cansa de mí incluso conociendo mis pecados y negaciones. Un amor que nunca falla.
Un amor capaz de transformar mi corazón y hacerlo semejante al suyo. Un amor que al dirigirse a nosotros es siempre un amor de misericordia, de perdón, de crecimiento. Un amor que nos llena de esperanza.
El culto al Sagrado Corazón alcanzó mayor expansión con Santa Margarita María de Alacoque, a quien el Corazón de Cristo se apareció partir de 1673 durante la adoración eucarística, para abrirle su Corazón y pedirle a ella una respuesta de amor en el mismo sentido. La devoción de los primeros viernes, la consagración al Corazón de Jesús, la ofrenda de la propia vida como culto de reparación. Santa Margarita ha sido un verdadero apóstol del Sagrado Corazón.
Más tarde, en España el Padre Bernardo de Hoyos, joven jesuita, recibe nuevas comunicaciones del Sagrado Corazón en Valladolid, entre otras la Gran Promesa en 1733. Muchos santos han profundizado en ese amor y se han servido de la imagen del corazón para invitarnos a probar y disfrutar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Y a nivel de piedad popular, esta devoción del Sagrado Corazón ocupa amplios espacios, porque es una manera muy sencilla y profunda de transmitir el amor de Dios que sacia el corazón humano. La vida cristiana es la vida de Cristo en nosotros, y el centro del mensaje evangélico es el amor de Dios, que provoca en nosotros una respuesta del mismo estilo.
Por eso, la invocación “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío” es la jaculatoria más universal para expresar la confianza en un amor que no se agota y que siempre está a nuestro alcance. Recibid mi afecto y mi bendición.