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¿Amas Starbucks? Esta es su historia (y por qué no puedes parar de tomarlo)

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Del grano tostado a la espuma azucarada: cómo el café más caro del mundo te alimenta el alma vacía… y el algoritmo.

Todo comenzó con tres tipos vendiendo granos de café en Seattle. No servían espresso, no hacían frappuccinos, y la palabra “venti” aún no había arruinado ningún diccionario. Hoy, Starbucks es un imperio emocional donde ya no se vende café, se vende pertenencia: un vaso con tu nombre mal escrito y una sensación de estar justo donde debes estar… aunque estés gastando 7 dólares en leche con hielo.

El verdadero golpe maestro no fue el sabor: fue la experiencia. El Pumpkin Spice Latte no es una bebida, es un anzuelo estacional. Los toppings, la canela, la crema, el vaso rojo navideño… todo cuidadosamente diseñado para excitar tus receptores de dopamina. Los estudios confirman lo que ya intuías mientras llorabas por tu crush en una sucursal con WiFi: el azúcar, la grasa y la sal combinadas generan respuestas cerebrales adictivas. Pero no te preocupes, es “de temporada”.

Y como toda buena gula moderna, no basta con consumirla: hay que compartirla. Starbucks no quiere solo que bebas, quiere que te tomes la selfie. Te da la bebida, pero sobre todo, te da la excusa para existir socialmente entre sorbo y sorbo. En el fondo, no estás tomando café: estás tomando identidad líquida, espumosa, estéticamente filtrada. ¿Gula? Sí, pero con branding premium.

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